viernes, 13 de abril de 2012

Franco también era un mileurista: su última nómina lo atestigua

Fotocopia de la última nómina de Francisco Franco


      Dicen las malas lenguas que como toda España era su cortijo, poco le importaban los bienes muebles e inmuebles. El caso es que, después de lo que ha llovido sobre su figura, más en su contra que a su favor, que bastante tiempo tuvo él para panegíricos propios, pocos han podido sacarle que era un "aprovechategui." Que se sepa, un pazo regalado por suscripción popular en Meirás, un piso en Madrid para su viuda y alguna colección excéntrica de recuerdos, era toda la herencia que dejaba para su familia. Nada que ver con 40 años de mandato totalitario y dictatorial. En este punto habría que estar más con el polémico biógrafo de la Real Academia de la Historia, Luis Suárez: austero, militarote y despreocupado por los dineros. Una visita a su última residencia, El Pardo, así lo atestigua. Me acuerdo siendo un chaval, que nada más abrir las puertas de su palacio para cotilleos públicos, no daba crédito cuándo nos enseñaban la enfermería del jefe del Estado que paró los pies a Hitler a las puertas de los Pirineos y doblegó las ansias imperialistas del comunismo soviético. Cualquier dispensario, no ya de pueblo, sino de aldea, estaba mejor preparado que el que tenía que prestar los primeros auxilios al conductor único de la que iba a convertirse en la décima potencia económica del mundo. Apenas una camilla que daba grima, un armario con cuatro gasas y tres botellas de alcohol, varios bisturís de pega y jeringuillas de quemar. Se te ponían los pelos de punta. El micro teatro donde disfrutaba de sus películas preferidas tenía más infraestructura y estaba mejor preparado, con esos cortinajes horteras. Pero eso es lo que había. Amén de muchos libros perfectamente encuadernados en piel roja que creo que eran los anuarios de la Renfe.


      Ahora, no sé si con la manía de la transparencia (a buenas horas mangas verdes), o porque hay un impulso por desempolvar los pasos que hemos recorrido en estos últimos 40 años de transición para analizar aciertos y errores, todo sale a la luz pública. Me llega por el correo electrizante la última nómina de Franco, cobrada, post mortem, en diciembre de 1975. Salario base: 48.750 pesetas. Trienios: 26.250 (tiene guasa el nombre del concepto para el que ha aguantado tanto tiempo en el machito sin que le rechisten). Dedicación especial (faltaría más atestiguar que eso no era un trabajo corriente), 29.625. Cruz Laureada de San Fernando 24.375 (me rindo). Dos medallas militares (sin especificar, a ver quién se las cuestiona…) 19.500. Gran Cruz de San Hermenegildo 1.667. Representación 12.700 (debían ser unos gastos de coco y huevo). Indemnización familiar 375 pesetas (todavía me pregunto cómo se podía con esa cantidad indemnizar a una familia, aunque sea monoparental). Mesita vestuario 360 (sin comentarios). Y como remate de los tomates, la Cruz de María Cristina, que más bien parecía una adenda de última hora para cuadrar cuentas. En todo caso, 4.875 unidades más con su efigie grabada. Total, 168.477 pesetas antes de impuestos. O lo que es lo mismo para las jóvenes generaciones que nos deben ver como puretas cada vez que hablamos de las pesetas: mil doce euros; con 80 céntimos. Y ahora, átense los machos, las retenciones. Se supone que ese sueldo debía de ser de los más granados del momento. Pues bien, no llega ni al diez por ciento el IRPF, 13.279 pesetas. De risa si lo comparamos con lo que nos detrae el Estado por adelantado a los asalariados. El que más y el que menos, con un sueldo medio digno, trabaja gratis un tercio para él. En total, después de restar también 488 rubias para los huérfanos (me imagino que de la innombrable guerra) un líquido de 154.710 pesetas, que a moneda, iba a decir fuerte, pero me lo ahorro, europea, son 929,83 euros. No, este milerurista de lujo podía ser muchas cosas, pero desde luego no era un amante desmesurado de los posibles.

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