martes, 25 de septiembre de 2012

Son catalanes, y no les avergüenza su españolidad



El nacionalismo separatista quiere hacer incompatible ambas realidades

Casi cuarenta años de silencio. De trágala con el movimiento más carca y reaccionario que aparecerá en los libros de nuestra reciente Historia. De envenenamiento continuo sobre leyendas imaginadas, cocinadas a beneficio propio, cogidas con alfiler, sin ninguna base científica ni rigor histórico. De inventarse un enemigo allí donde no lo hay (nos roban, nos expolian, nos pisan…) para tapar sus vergüenzas, al 3 por ciento de comisión o de asalto a mano armada al Palau de la Música. Casi cuarenta años de chantaje a los dos grandes partidos nacionales sin mayorías absolutas, PP o PSOE, acudiendo al calor del poder central para demostrarle a su pueblo cautivo que sin ellos no conseguirían nada. De pulso continuo al Estado de Derecho pasándose por el arc de Berà todas las sentencias donde ponían en solfa la igualdad de derechos de sus administrados (léase oposiciones en la función pública, enseñanza en castellano o multas por rotular en español). De ambigüedad calculada, de tira y afloja, de lloro continuo y grito falso, de ahora toca tensar la cuerda o sacar las huestes a la calle para pedir la independencia. De falacias como que fuera de España Cataluña sería la Suiza europea, cuando ellos han despilfarrado y saqueado en las arcas públicas como todos. Casi cuarenta años dando la imagen de centristas moderados, de emprendedores responsables, de buenos gestores que apoyaban la iniciativa privada y el saber hacer catalán. Y miren por donde, vienen los tiempos difíciles, y los descubrimos. Ya no hay minorías en Madrid a las que chantajear, ni dinero para mantener el tinglado de embajadas de risa en el extranjero, ni paniaguados culturetas que viven a costa de los presupuestos. Ahora se trata de elegir: hospitales o cursos de inmersión lingüística; asilos o asociaciones de defensa de lo cateto-identitario; atender a los ciudadanos o al círculo de militantes, amigotes y parientes que han chupado de vuestros pechos pseudo románticos.

Y lo peor es que a este teatrillo de lo absurdo, del nacionalismo más retrógrado, se ha unido una izquierda que ha tragado el anzuelo. La misma que presumía de internacionalista, la que consideraba que los derechos de los trabajadores estaban por encima de sus fronteras naturales, ha dado un giro radical para mirarse el ombligo y convencerse a sí mismos que el suyo es muy diferente del del resto de los españoles, ya sean estos andaluces, murcianos o canarios. Qué lastima de socialismo taimado y cuatribarrado.

Contra esto, no vale luchar con las mismas armas del nacionalismo. Su odio a España hay que devolvérselo con infinito amor a Cataluña. Buscan esa finta, que nos pongamos a su misma altura, para engañarnos, para hacer creer a los suyos: “Lo veis, ya os lo avisamos, están contra nosotros”. Nada puede favorecer más al secesionismo que campañas a favor de que saquemos el dinero de sus cajas de ahorro o no consumamos cava por Navidades. Eso podrá asustar a su clase empresarial, como todas muy preocupada por las ventas, pero da alas al radicalismo. Tampoco es aconsejable la rabieta de “que se vayan”. No es la solución del problema sino el principio del fin. Que se vayan los que han mentido y engañado a su pueblo creando una falsa esperanza que nunca se podrá llevar a cabo. No se concibe a España sin Cataluña ni viceversa.

El próximo 12 de octubre, día de la Hispanidad, puede ser una oportunidad. Un grupo de jóvenes catalanes que se sienten españoles, sin un euro, sin apoyo de los partidos políticos, sin más medios que las redes sociales, quieren manifestarse a las 12 en la Plaza de Cataluña de Barcelona para decir alto y claro que no todos los catalanes son iguales. Que hay una inmensa mayoría, hasta ahora silenciosa y callada, que no traga con el nacionalismo segregador. Que prefieren vivir dentro de una comunidad, España, que ha jugado un papel determinante en Occidente, a la que pertenecen por derecho propio porque así lo decidieron hace más de 500 años. La misma que los ha encumbrado, ayudado y socorrido cuando ha hecho falta. Ellos se sienten tan catalanes como españoles y piden nuestra ayuda. Quieren que los apoyemos, que no les demos la espalda para que puedan celebrar su contra manifestación. No sabemos qué repercusión tendrá. Si irán mil, dos mil o cuarenta mil. Eso es lo de menos. Lo único importante es que no se sientan traicionados ni abandonados por defender unos colores en un territorio hostil que los ha condenado y estigmatizado cuando menos como fachas. El 12 de octubre puede ser una oportunidad única para poner un punto y aparte en estos casi cuarenta años de dictablanda -pero totalitarismo al fin y al cabo-, nacionalista.

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